CATEQUESIS EN DÜSSELDORF -Kiko Argüello-

Os traigo hoy la catequesis que dió ante muchisimos jóvenes Kiko Argüello desde Düsseldorf. Me ha parecido interesantisima.



Cada vez que se anuncia el kerigma éste se realiza, se actúa
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Por eso, es muy importante este momento porque puede cambiar la vida de todos, si verdaderamente Dios nos concede la conversión.
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Dios ha querido salvar al mundo a través de la necedad de la predicación, (a través) de una noticia.
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¿Qué noticia?
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Que Aquél que ha muerto por vosotros para que pudierais cambiar vida, Dios lo ha resucitado de la muerte y le ha constituido Kyrios, Señor de vivos y muertos.
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Y volverá para juzgar a los vivos y a los muertos.
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Dios ha enviado a su Hijo Jesucristo para que tú puedas vivir una vida nueva, gratuitamente.
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Todos nosotros hemos matado a Cristo, todos hemos preferido nuestra vida. Y Él se ha ofrecido como víctima de amor, de propiciación por nosotros, para pagar por nuestros pecados.
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Y el Padre ha aceptado esta oblación suya por nosotros. Su muerte por cada uno de nosotros.
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Ahora todos tenemos derecho a recibir la vida inmortal, ... hemos sido perdonados... hemos sido co-resucitados con El a una vida nueva, a una vida eterna.
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Pero lo más impresionante, hermanos, es que esta figura, este pobre hombre crucificado, si él es verdaderamente Dios (porque los apóstoles anuncian esta noticia: éste es EL SEÑOR, el Kyrios, en el Antiguo Testamento esta palabra está reservada a Dios; ¡es Dios!) entonces, si ESTE AMOR que se ha hecho presente es Dios ¡ÉSTA ES LA VERDAD! Somos invitados a vivir en la verdad.
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Fijaos que esta palabra es mucho más profunda de lo que podéis pensar.
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Puedes vivir una vida en la mentira o en la verdad.
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Y ¿qué es la verdad?
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El mismo, EL AMOR DE DIOS CRUCIFICADO, ésta es la esencia misma de Dios.
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Dios es amor, un amor infinito, eterno, inconmensurable, amor a nosotros COMO SOMOS.
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Para amarnos Dios no tiene necesidad de que cambiemos de vida, nos ama tal como somos; nos ama infinitamente, totalmente, hasta la muerte.
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Este amor es lo que rige todo el universo. En este amor ha sido creada toda criatura, cada animal, cada flor, cada planta, éste es el contenido de toda la belleza humana, de nosotros mismos: ¡el amor!
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Por tanto somos invitados a vivir una vida en Él, en este amor, en la verdad.
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Y ¿qué es este amor?
¡Es la santidad!
Y ¿qué es la santidad?
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La santidad, dice Cristo, es que un cristiano no dice una palabra mala, ni siquiera una; dice Cristo que seremos juzgados por una palabra ociosa, vana.
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Somos invitados a vivir la verdad en una vida santa: sin mirar a una mujer deseándola; amando al enemigo; haciendo de nuestra vida una liturgia de santidad; aceptando la precariedad de vivir este amor en medio de la tempestad, en medio de las tentaciones que nos rodean: del sexo, de la soberbia, de la vanagloria.
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Su amor ha sido depositado en nosotros, y somos invitados a vivir nuestra vida en la verdad, en la santidad divina ofrecida gratis a nosotros.
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Pero ¡Atención si todo esto lo rechazais! Porque Cristo te ha invitado a cambiar de vida, (Él que te conoce, que conoce todas tus mentiras),
esa vida que no está fundada en la verdad.
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Y ¡ahora! te ofrece gratis totalmente, en su amor, la posibilidad de recibir con el perdón de los pecados la reconciliación con Dios y recibir del cielo el Espíritu Santo ¡ahora!
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La esencia divina es que Dios querría ser uno contigo. Como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre uno por el Espíritu Santo, Dios querría ser uno con nosotros, porque ésta es la esencia divina, la verdad del universo.
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Para ser uno en nosotros tiene necesidad de nuestra libertad, que nosotros digamos: ¡aquí estoy! como ha dicho la Santa Virgen María: heme aquí, haz de mí lo que quieras, Padre. Es lo que ha dicho Cristo en Getsemaní: “No como quiero yo, sino como quieras tú”.
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Y mirad el fruto: después de dos mil años estamos aquí 25.000 jóvenes. Porque Cristo ha dicho: “Sí, Padre, todo es posible para ti, todo; si es posible, que yo no beba de este cáliz…”.
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Él, pobrecillo, lleno de miedo, débil, pensaba que no podía. Pero dice: “Que no sea como yo quiero, sino como quieras tú”.
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Dios le manda un ángel que le conforta, que le abraza, que le dice: ¡ánimo! Como nosotros hemos dicho hoy a la Virgen María cantando con la orquesta: “María, tú eres la madre de Dios, ¡ánimo!”
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No penséis en vuestras incomodidades, en vuestros pequeños sufrimientos; el verdadero sufrimiento es vivir una vida de mentira.
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Mirad cuánta gente se mata, recordadlo, recordadlo siempre. Dice Cristo: “Habéis visto aquella torre de Siloé:... ¿Creéis que lo que le ha sucedido a aquella gente es porque eran peores que vosotros? No, os aseguro -dice Jesucristo-y si no os convertís todos pereceréis del mismo modo”.
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¿Cuántas familias alrededor de vosotros destruidas? ¿Cuántas chicas de las que han abusado?
¿Cuántas chicas que han hecho tres abortos a los dieciséis años?
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Mirad ¡cómo está Europa! ¿Y vosotros creéis que eso les ha sucedido sólo a esas personas? No, está sucediendo en toda Europa.
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Y si vosotros no os convertís - nos dice hoy Cristo- os sucederá lo mismo: mañana dejaréis el Camino, dejaréis la Iglesia, vuestra vida será un infierno y algunos de vosotros podrán incluso acabar suicidándose.
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En el mundo, cada minuto se suicida una persona. Pero el Señor quiere ayudarles.
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Lo profundo del ser humano muere en el momento en que se separa de Dios y por eso hay tantos, que viven, teniendo la muerte dentro. “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22), dice el Señor.
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Sabemos que este fondo del ser humano tiene que ser curado.
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Y Dios solamente lo cura cuando lo visita con un toque de su gracia , de su sustancia, cuando la gracia divina, el Espíritu Santo, da testimonio a nuestro espíritu y nos dice:
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Yo te amo, Francisco, yo te amo, y te amo como un padre, “tú eres mi hijo”.
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Aquí el hombre nace nuevamente como persona; no pone ya su ser en una mujer o en un hombre.
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¿Y cómo se puede dar este toque este testimonio del Espíritu de Cristo?
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Dice San Pablo:
“El Espíritu de Cristo da testimonio a nuestro espíritu de que somos HIJOS DE DIOS”, y entonces, nuestro mismo espíritu gime dentro de nosotros diciendo. “¡Abbá, Papá, Padre!
(cf. 8,16-17).
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A través de la fe viene el Espíritu Santo. Pero la fe Dios la da al que escucha el kerigma. Es más, Dios mismo da el Espíritu al que escucha porque le quiere dar la fe, y a través de la fe la salvación, una vida nueva, una nueva creación.
Pasa lo que es viejo, dice San Pablo, todo se hace nuevo (cf. 2 Co 5,17).
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Antes hemos conocido a Cristo con los ojos, exteriormente, ahora ya no es así. Ahora está dentro de nosotros, es uno conmigo, ¡dentro de mí! Vive conmigo, duerme conmigo, camina conmigo, hablamos juntos por la calle; es mi amigo, mi ser más profundo, el que da sentido a mi ser persona.
Lo que los Padres del desierto llaman el Cristo parlante, ¡porque te habla!
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Estás durmiendo y le dices: -Señor, ¡te quiero! y Él te responde inmediatamente. O le dices: Señor, ayúdame que estoy aterrorizado por el encuentro de Düsseldorf… y Él me responde enseguida: -Ánimo, yo estaré allí contigo, ¡ánimo! -¿Pero, Señor, la música? Quizás no les guste... -¡Ánimo, yo estaré contigo! Y sientes dentro esta palabra que te dice: ¡Ánimo! No estoy solo, no hay ningún cristiano que esté solo.
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Hoy sois invitados a poner vuestra vida en la verdad de Cristo, en el amor de Cristo por vosotros, para no vivir más en vosotros mismos, sino vivir en Él.
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Os aseguro que el futuro de los nuevos presbíteros en la Iglesia será maravilloso, con la missio ad gentes, en Asia, en China, en el norte de Noruega.
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Hay que resanar esta sociedad llena de gente sola, donde se ha destruido la familia, donde ya no hay jóvenes. ¡No hay más jóvenes! Porque no han querido tener hijos.
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Por eso, también nosotros con esta peregrinación hemos querido dar un testimonio con vosotros a muchas parroquias de Alemania para que digan: ¡Mira cuántos jóvenes!
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Bien hermanos, Él os está llamando a cambiar de vida, a poneros a su servicio, no tengáis miedo de nada, porque Él se hace garante, ¡se hace garante de todo!
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Y hace milagros.
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He visto chicos que han estado de espaldas al Señor, llenos de crisis; después, improvisamente, vuelven a querer encontrarse con El, y un día su padre me dijo: ¡No le reconozco!
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"No es ya la persona de antes un burgués que se buscaba a sí mismo en todo, incapaz de donarse a los demás"; eso sí que es sufrimiento y maldición.
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Pero si Cristo te llama con Él a amar a la humanidad como la ama Él, es bellísimo porque Cristo nos transmite su ansia de salvación.
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Es Él el que quiere salvar a la humanidad.
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¡Es Él el que la quiere salvar!